El primer año en la nueva pequeña sucursal fue para mí de un buen aprendizaje.
De septiembre 1969 a agosto de 1970 tuve la oportunidad de conocer los
distintos puestos y todas las tareas
administrativas. Y era muy compatible, por la ganancia de casi dos horas de tiempo en
viajes, con el resto de actividades que tanto en casa como en el pueblo, no sólo trabajaba sino que
hasta lideraba.
La milicia, ese deber de entonces a la patria, rompía a muchos la cadena
del trabajo. Y desde luego a casi todos
la de los ingresos dinerarios, teniendo que limosnear a la familia para
gastos. Los de la Banca y Cajas de Ahorros éramos la excepción, unos
privilegiados. Además de mantenernos el
mismo lugar en el puesto de trabajo, nos pagaban como mínimo el 60% de todos
los emolumentos dinerarios como si estuviéramos en activo. Porque también
manteníamos el 100% de las otras mejoras
sociales y prioridad total para meter horas extraordinarias en nuestros
permisos largos, eso sí, en la sucursal que nos lo exigieran, así como
estábamos obligados a presentarnos a la nuestra de inmediato. Y si llegábamos a 100 horas mensuales,
teníamos el sueldo completo.
Sólo el período de instrucción, el del Campamento en Araca-Vitoria fue
normal, ni siquiera duro para mí. Trimestre de otoño-invierno, sin permisos…
pero también supe acertar ganándome la confianza del Comandante. En otro libro
de mis memorias, bajo el título de Recluta Expres, tengo contadas con detalle
todas las experiencias de aquellos trece meses.
Resumiendo la mili, que el destino
en Irún como soldado primero y cabo furriel después, que en el primer momento me
sentó como un tiro, me resultó casi como unas vacaciones pagadas para los diez
siguientes meses. Como detalles
puntuales en esas fechas, primero murió mi padre, después recuperé a una amiga
como novia, a continuación compré mi primer coche –y fui el primero de mi
amplia cuadrilla de amigos- y en total sumé más días de permisos que en el
cuartel. Claro que la pequeña sucursal
del pueblo me tenía totalmente controlado y no me dejó en ningún momento meter
las horas extraordinarias en otras ni en la juerga excesiva. Ganaba más dinero
que trabajando, porque los excesos de horas de las cien, las pagaban bien.
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