miércoles, 29 de enero de 2014

1970-1971: UN AÑO LARGO DE VACACIONES EN LA MILICIA



El primer año en la nueva pequeña sucursal fue para mí de un buen aprendizaje. De septiembre 1969 a agosto de 1970 tuve la oportunidad de conocer los distintos puestos  y todas las tareas administrativas. Y era muy compatible,  por la ganancia de casi dos horas de tiempo en viajes, con el resto de actividades que tanto en casa  como en el pueblo, no sólo trabajaba sino que hasta lideraba.

La milicia, ese deber de entonces a la patria, rompía a muchos la cadena del trabajo. Y desde luego a casi todos  la de los ingresos dinerarios,  teniendo que limosnear a la familia para gastos. Los de la Banca y Cajas de Ahorros éramos la excepción, unos privilegiados.  Además de mantenernos el mismo lugar en el puesto de trabajo, nos pagaban como mínimo el 60% de todos los emolumentos dinerarios como si estuviéramos en activo. Porque también manteníamos el 100% de las otras mejoras  sociales y prioridad total para meter horas extraordinarias en nuestros permisos largos, eso sí, en la sucursal que nos lo exigieran, así como estábamos obligados a presentarnos a la nuestra de inmediato.  Y si llegábamos a 100 horas mensuales, teníamos el sueldo completo.

Sólo el período de instrucción, el del Campamento en Araca-Vitoria fue normal, ni siquiera duro para mí. Trimestre de otoño-invierno, sin permisos… pero también supe acertar ganándome la confianza del Comandante. En otro libro de mis memorias, bajo el título de Recluta Expres, tengo contadas con detalle todas las experiencias de aquellos trece meses.

Resumiendo la mili,  que el destino en Irún como soldado primero y cabo furriel después, que en el primer momento me sentó como un tiro, me resultó casi como unas vacaciones pagadas para los diez siguientes meses.  Como detalles puntuales en esas fechas, primero murió mi padre, después recuperé a una amiga como novia, a continuación compré mi primer coche –y fui el primero de mi amplia cuadrilla de amigos- y en total sumé más días de permisos que en el cuartel.  Claro que la pequeña sucursal del pueblo me tenía totalmente controlado y no me dejó en ningún momento meter las horas extraordinarias en otras ni en la juerga excesiva. Ganaba más dinero que trabajando, porque los excesos de horas de las cien, las pagaban bien.

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